Los años mexicanos de Cernuda, en sus diferentes etapas, se
revelan como de los más fructíferos de su vida y de los más estables, pues aquí
encontró un ámbito semejante al de su Andalucía natal, tanto por su gente como
por su calor y paisaje.
Su primer viaje data del verano de 1949 y le conmovió el
simple hecho de estar otra vez en una tierra soleada donde la gente hablaba
español. México no era España, pero los dos países tenían tanto en común que el
poeta sentía como si hubiera regresado de repente a su país.
En febrero de 1950 el poeta empezó a escribir unos breves
“trozos” en prosa en que evocaba diversos momentos y aspectos de su experiencia
en México. Otros poemas nuevos surgirían a raíz de una segunda visita y el
conjunto finalmente vería la luz bajo el título de Variaciones sobre tema
mexicano, hacia finales de 1952. En distintos poemas puede identificarse el
perfil de ciertos lugares turísticos bien conocidos, los poemas también
reflejan cierto interés por aspectos más bien típicos de la vida mexicana. En
“Viendo este rincón”, leemos por ejemplo en el poema “El patio”, en un discurso
que el poeta dirige (en primer lugar) a sí mismo, “respirando este aire, hallas
que lo que afuera ves y respiras también está dentro de ti, que allá en el fondo
de tu alma, en su círculo oscuro, como luna reflejada en agua profunda, está la
imagen misma de lo que en torno tienes y que desde tu infancia se alza, intacta
y límpida, esa imagen fundamental, sosteniendo, ella tan leve, el peso de tu
vida y de su afán secreto.”
Esta vertiente exaltada de Variaciones ha sido bien
estudiada por la crítica. Los comentaristas se han fijado mucho menos, en
cambio, en el lado de sombra que también reviste la colección y que es asimismo
resultado de la arraigada actitud contemplativa del poeta. Porque al conformar
la composición de lugar que es su poema, Cernuda se apoya cada vez más en esa
imagen “que desde tu infancia se alza, intacta y límpida”. Es decir, funde o
confunde la percepción de la realidad inmediata con las expectativas que la
memoria fomenta. Proceso que se acentúa, desde luego, tras la segunda visita
que el poeta hace a México
Desde luego, nadie puede vivir únicamente en el recuerdo: la
realidad inmediata tiene que terminar por imponerse y así ocurre en Variaciones.
De hecho, uno de los méritos que más se le agradecen al autor de este libro es
precisamente la fidelidad, la honestidad con que finalmente reconoce, por
ejemplo, la resistencia del mundo indígena a ser asimilado a los valores que va
buscando en un intento por dar sentido a todo cuanto percibe. Así, por ejemplo,
en el poema “Por el agua”, inspirado en una visita a Xochimilco: “Un decaimiento
inminente acecha a todo esto, tan dolorosamente hermoso. ¿Tierra nueva? No
sabes qué ecos de sabiduría extinta, de vida abdicada, yerran por el aire. Esos
cuerpos callados y misteriosos, que al paso de sus barcas nos tienden una flor
o un fruto, deben saber el secreto. Pero no lo dirán.”
Variaciones sobre tema mexicano se publicó en México en
diciembre de 1952, cuando el poeta ya había hecho otros dos viajes más a este
país. El tercero fue en cierto modo una feliz repetición de los dos primeros,
pero en esta ocasión el poeta se enamoró profundamente de un joven culturista
mexicano llamado Salvador Alighieri y dicha experiencia tuvo una enorme
importancia, en su obra no menos que en su vida, dando pie a uno de los
poemarios más intensos suyos, sus Poemas para un cuerpo (1957): “Creo que
ninguna otra vez estuve, si no tan enamorado, tan bien enamorado, como acaso pueda
entreverse en los versos antes citados, que dieron expresión a dicha
experiencia tardía. Mas al llamarla tardía debo añadir que jamás en mi juventud
me sentí tan joven como en aquellos días en México; cuántos años habían debido
pasar, y venir al otro extremo del mundo, para vivir esos momentos felices”. En
su momento, la publicación de estos poemas pasó casi inadvertida. Y, sin
embargo, fue una de las colecciones más apreciadas por el poeta. Porque en
estos versos el poeta incluso se enamora de su propio pensamiento, por ejemplo,
en el poema “De dónde vienes”:
Al final de Variaciones Cernuda había escrito, refiriéndose a
México, que el amor para existir no necesita correspondencia, lo que importa es
la visión o el pensamiento del poeta o del amante. La experiencia amorosa
tiende incluso a desarrollarse en completa autonomía de su supuesto objeto, y
de esta manera el deseo mismo se convierte en la única verdadera realidad.
En el mes de noviembre de 1952 se trasladó a la ciudad de México.
Durante un año vivió en un departamento en la calle Madrid, en el centro de la
ciudad; pero luego Cernuda fue a vivir a casa de Concha Méndez y su hija,
Paloma Altolaguirre, en Coyoacán. Con algunas breves interrupciones, ésta había
de ser su casa durante los once años que le quedaban de vida.
Dichos años resultaron ser un período muy fructífero, aunque
más productivo, tal vez, en trabajos críticos que en poesía. Fue también un
período de sorprendente estabilidad. A partir de 1954 Cernuda entró a trabajar
como profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México, a la vez que como
becario en El Colegio de México. Ninguno de estos dos trabajos fue del todo de
su agrado.
Empezó también a colaborar en la prensa mexicana, como en:
México en la Cultura y Universidad de México. Fruto destacado de su labor de
estos años son dos libros de crítica literaria: Estudios sobre poesía española
contemporánea (1957) y Pensamiento poético en la lírica inglesa (Siglo XIX)
(1958). Al publicarse en España, el primero causó asombro y consternación por
la dureza con que el sevillano enjuició a varios de sus contemporáneos. Se
trataba, en efecto, de una visión muy severa, seguramente hecha con la esperanza
de cambiar la valoración que se tenía en España de tal o cual poeta y la noción
misma de la poesía y de la crítica entonces defendida y practicada.
A partir de ahí, la crítica literaria absorbería gran parte
de sus energías durante dos años. En 1956, comenzó a escribir los primeros
poemas de su última colección, Desolación de la Quimera, escrito durante su
estancia como profesor del San Francisco State College, en California. En esta
apreciación pesan mucho los aspectos del libro que se suelen llamar “culturalistas”.
En efecto, el libro puede ser leído como un homenaje hacia los grandes
artistas, músicos y escritores a quienes admiraba (Mozart, Goethe, Wagner,
Ticiano…). A la vez abarca reflexiones sobre el amor, la niñez, sobre el medio
literario nacional, la Guerra Civil Española y la difícil tarea de las
palabras. La temática no ha variado respecto a su obra anterior. Lo que es nuevo
es el tono: extremadamente seco, discursivo, carente de cualquier concesión al
deleite verbal. Esto explica la sorprendente fuerza de muchos de los poemas del
libro. A pesar de esto, el lector añora el lirismo íntimo y sobrecogedor
desarrollado en otros libros y que aquí sólo encontramos en apenas dos o tres
de los poemas más breves. Por ejemplo, en “Tiempo de vivir, tiempo de dormir”:
Ya es de noche. Vas a la ventana.
El jardín está oscuro abajo.
Ves el lucero de la tarde
Latiendo en fulgor solitario.
Y quietamente te detienes.
Dentro de ti algo se queja:
Esa hermosura no atendida
Te seduce y reclama afuera.
Encanto de estar vivo, el hombre
Sólo siente en raros momentos
Y aún necesita compartirlos
Para aprender la sombra, el sueño.
Cernuda, como exiliado, no se ajusta fácilmente a las
expectativas convencionales (ni se entregó a la nostalgia, como Juan José
Domenchina, ni permaneció en pie de guerra, como Pedro Garfias).
Pasó más de diez años en tierras de lengua inglesa antes de
trasladarse a México y fue esta la experiencia que más lo marcó. De eta época
es “Un español habla de su tierra”, en que censuró fuertemente a los
franquistas, y “Desolación de la Quimera”, subrayando su absoluta independencia
ideológica, lamenta lo que anunció como la triste desgracia de haber nacido español.
Ya en México, a pesar de sus trabajos como profesor e
investigador y sus colaboraciones en la prensa, su vinculación con el país fue
escasa. Allí lo persiguió, como siempre, la leyenda de ser persona hosca y
difícil. Murió el 5 de noviembre de 1963.
En conclusión, Cernuda sí fue un poeta exiliado, pero un
poeta que vivió desterrado en un mundo al que muy pocos supieron acceder: el de
la poesía.
Marta Valero
Carmen Fernández
José Molina
Marta Valero
Carmen Fernández
José Molina